Laura Ruas - Parqueando
Isla de los Moáis: Un Viaje al Corazón de la Polinesia Chilena - Laura Ruas
Rapa Nui, una isla remota en medio del Pacífico, sorprende por su aislamiento geográfico y su inmensa riqueza cultural.
Los moáis, tallados y erigidos durante más de mil años, guardan el mana de los ancestros y forman parte esencial de su cosmovisión.
La historia oral, los rituales y la tradición del pueblo Rapa Nui se mantienen vivos gracias a sus habitantes y guías locales.
La isla combina paisajes tropicales, vegetación familiar y una hospitalidad única, marcada por gestos ancestrales de bienvenida.
A pocos días de exploración, ya se revela como un lugar fascinante y profundamente espiritual.
Aun me cuesta creer que estoy en Rapa Nui (Isla de Pascua). Nunca había estado en la Polinesia, tampoco en una isla tan lejos del continente. Rapa nui está alejado de todo: son 3700 km de distancia hacia Santiago, 2080 km hasta la Isla habitada más cercana y 4200 km hacia Papeete, en Tahití. Es una pequeña y remota isla de 164 km2 de superficie, en medio al gigantesco océano pacifico, totalmente aislada y lejana.
Pequeña en tamaño, pero gigante en historia y cultura. Acá están los famosos Moais, enormes figuras humanas de piedra. Los más grandes encontrados pueden llegar a 20 metros de altura y pueden ser vistos por toda la isla: en total son más de 900, muchos aun parcialmente enterrados en el suelo.
Esa isla fue poblada por diferentes grupos humanos y su historia es principalmente oral. Las escrituras antiguas en Rongo Rongo aún no fueron descifradas y el último que sabía leerlas fue llevado por un barco. Acá se cuenta la historia de Hotu Matua, rey de isla Hiva, posiblemente en la Polinesia. Su isla se estaba hundiendo y una noche uno de los sabios soñó con la Isla Rapa nui y la describió al rey, que envió un barco con 7 exploradores para buscarla. La encontraron y volvieron para avisar. Despues vino el Akiri (rey) juntamente con su pueblo a poblar la isla y trajeron algunas plantas comestibles, como la caña de azucar.
Cuando se moría alguna persona que había hecho algo muy importante y valioso para la comunidad, era sepultada en un Ahu y sobre él era puesto un Moai, para que el Mana (poder espiritual) de esta persona no se perdiera y se quedara dentro del Moai. Este fenómeno se daba en un ritual en el Ahu, cuando se le ponían sus ojos, hecho que los transformaban en dioses vivientes. Siempre con las espaldas hacia el mar y con los ojos mirando hacia la aldea y sus descendientes, el Moai preservaba el mana de los ancestros.
Los primeros Moais tenían poco más de 1 metro de altura y con el tiempo fueron aumentando de tamaño, algunos alcanzaron los 20 metros de altura, lo equivalente a un edificio de 6 pisos! Se estima que fueron hechos durante 1000 años. Además de su tamaño y peso, llama la atención el hecho que fueron transportados por muchos kilómetros y que pueden ser encontrados por toda la extensión de la isla.
En un momento hubo una gran guerra entre los clanes de la isla y cuando llegaban a alguna aldea, lo primero que hacían era derribar su moai, con el rostro hacia el suelo. Después sacaban sus ojos para que se fuera el mana. Así la aldea quedaba vulnerable y podía ser atacada. Cuando llegaron los europeos por primera vez, encontraron todos los Moáis botados boca abajo. Posteriormente fueron realizados trabajos de restauración y algunos fueron puestos de pie otra vez. Pero la mayoría aun sigue acostada.
El parque nacional corresponde a 40% de la isla y solo puede ser visitado acompañado por un guía rapa nui. Es increíble escucharlos contando el pasado y el presente de este territorio, tan único y tan remoto. Sin embargo, observar su flora me lleva directamente a mi infancia. Acá encuentras las plantas de mi niñez y los árboles que solíamos tener en el patio de casa: abundan las guayabas y plátanos, hay también maracuya, coco, caña de azúcar, ñame y el camote. Hibiscos y Santa Ritas están por todos lados, con flores de por lo menos 5 colores diferentes. Nunca había visto flores de hibiscus tan grandes.
La gente es amable, alegre y cariñosa, en pocos días ya recibimos algunos regalitos e invitaciones. Cuando pasan en auto muchas veces preguntan dónde vamos y se ofrecen para llevarnos. Cuando bajamos del avión fuimos recibidos con música y nuestro anfitrión nos recibió con un collar de flores, una antigua tradición polinesia para darle la bienvenida a los visitantes.
Aún me queda más de una semana para conocer la isla, pero ya estoy completamente fascinada con la historia de este lugar tan rico y especial.